¡Gracias a Dios por España!
Samuel Escobar
Reflexionando en vísperas del 12 de Octubre he llegado a la conclusión que he de celebrarlo también, dando “gracias a Dios por España”. No es que preste atención a la retórica del nacional catolicismo que escucharemos mucho en estos días, sino que tengo razones poderosas para agradecer a Dios por España.
En primer lugar por la España de hoy, en la cual me ha tocado vivir esta etapa de mi vida. Por la calidad de vida que es posible en este país y que muchos otros inmigrantes que conozco agradecen también. Por el sistema de salud que ha sido una bendición especialmente durante la enfermedad de mi esposa, y que es lo mejor que he visto de todos los países donde me ha tocado vivir.
Y hay también razones históricas de más larga duración. Cuando pienso que es posible viajar desde California hasta la Patagonia y comunicarse en castellano en más de una veintena de países, doy gracias por esa lengua castellana que trajeron los españoles en el siglo XVI. Así escribía el historiador colombiano Germán Arciniegas: “En el Nuevo Mundo, donde el aislamiento había mantenido las lenguas estancadas, donde no se podía ir de Centroamérica al Sur sirviéndose de palabras comunes, se introdujo en brevísimo espacio de tiempo una lengua común que permitió comunicase a toas las colonias desde Mexico hasta Chile y el Río de la Plata. Cada nueva capital de un virreinato, de una gobernación, cada pequeña villa que se fundaba, era una capital o una villa de lengua castellana.”[1]
Arciniegas nos recuerda también que este paso de la lengua castellana al nuevo mundo se dio justamente en el siglo en que esa lengua había alcanzado máximo esplendor “un idioma con raíces latinas, griegas y árabes. Un idioma, entonces, con toda la fuerza del siglo en que se mostró más vigoroso y rico, más creador y poético, más heroico, místico, teatral, jurídico: universal. Es el siglo de Cervantes, de Santa Teresa, de Lope de Vega, de Quevedo.”[2] Y como evangélico estoy profundamente agradecido que en ese siglo Dios levantara a creyentes evangélicos españoles, capaces y valientes, como los traductores Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera que pese al asedio de la Inquisición se arriesgaron a la empresa de traducción de la Biblia de sus originales hebreo y griego. Ese es el castellano rico y sonoro que tantos evangélicos hemos aprendido desde niños en la Biblia.
Reconozco que varios protestantes latinoamericanos hemos escrito sobre los defectos y abusos del proceso de cristianización que acompañó a la conquista española de América. Y sin embargo tengo que agradecer a Dios por los misioneros españoles que intentaron cultivar una práctica misionera a la manera de Cristo y que se esforzaron en comunicar el Evangelio bíblico. Algunos de ellos, como Bartolomé de las Casas, fueron también críticos agudos del proceso cristianizador superficial y abusivo, que por fin se impuso.
Mi buen amigo y hermano Estuardo Macintosh, misionero escocés que trabajó treinta años en el Perú, me llamó la atención por primera vez a un libro del siglo XVI en el cual él es un especialista: De procuranda indorum salute, escrito en latín por el jesuita español José de Acosta, quien lo tradujo al castellano como Predicación evangélica en Indias.[3] Se trata de un verdadero “Manual” para misioneros que tiene lecciones tan valiosas que los misioneros de hoy haríamos bien en conocer y practicar. Macintosh lo ha traducido al inglés. Guardo como un tesoro la edición que he conseguido, de 619 páginas, publicada en Madrid en 1952.
Desde mi niñez mi fe evangélica se fortaleció con aquellos himnos que cantábamos con entusiasmo y vigor y que dieron forma a nuestra espiritualidad. Así aprendimos de memoria, por ejemplo: “Nunca Dios mío cesará mi labio de bendecirte, de cantar tu gloria, porque conservo de tu amor inmenso grata memoria.” Y así con más de un centenar de cánticos escritos o traducidos por evangélicos españoles del siglo XIX y XX como Juan Bautista Cabrera o José M de Mora. Gracias a Dios por esos poetas españoles cuyas obras cantan todavía millones de evangélicos de habla castellana.
Más recientemente he conocido la obra de Diego de Hojeda quien publicó en Sevilla, en 1611 La cristiada “que trata de la vida y muerte de Cristo nuestro Salvador” y que luego fue publicada numerosas veces a lo largo del siglo XIX. Hojeda había nacido en Sevilla en 1571 y antes de cumplir veinte años viajó a Lima, donde profesó como sacerdote en 1591. Luego vivió en Cusco y Huánuco, donde murió en 1615. Remitiéndose a los juicios de Menéndez y Pelayo y Quintana, el escritor peruano Ventura García Calderón dice respecto a Hojeda: “Su Cristiada presenta la paradoja de que la mejor epopeya cristiana de España haya sido escrita en un convento peruano.” [4] Las dos primeras estrofas del Libro Octavo nos permiten ver el tono contemplativo y místico de esta epopeya:
Mas ¡ay que baja por el aire apriesa
sobre el cuerpo de Cristo el fiero azote!
¡Ay Dios, que llueven, cual de nube espesa,
golpes en el Supremo Sacerdote!
¡Ay Dios que de sacar sangre no cesa,
para que toda en el dolor se agote
la cruel disciplina!¡Ay Dios amado!
¡Ay Jesús, por mis culpas azotado!
Yo pequé, mi Señor, y tú padeces;
yo los delitos hice y tú los pagas;
si yo los cometí, tú, ¿qué mereces,
que así te ofenden con sangrientas llagas?
Mas voluntario, tú, mi Dios, te ofreces;
tú del amor del hombre te embriagas;
y así porque le sirva de disculpa,
quieres llevar la pena de su culpa.[5]
El sufrimiento y la muerte de Cristo son entendidos con un significado expiatorio que expresa el propósito divino de redimir al ser humano de sus culpas. Gracias a Dios por La Cristíada. Gracias a Dios por España.
Gracias a Dios por el pueblo evangélico en la España de hoy, ese pueblo que se está multiplicando, y que en esta España de cultura post-moderna y libertad religiosa intenta dar testimonio de la obra salvadora y transformadora de Cristo. Quienes formamos parte de ese pueblo hemos de recordar que en España no estamos en una tabula rasa donde nada se sabe de Dios y de Cristo. Anunciar a Cristo en la España de hoy requiere una fe arraigada en la Palabra, humildad, sabiduría y discernimiento.
[1] Germán Arciniegas, El continente de siete colores, Aguilar, Bogotá, 1989; p.42.
[2] Ibid.
[3] Publicado en Sevilla como parte de su obra más amplia Historia natural y moral de las Indias, , publicada en Madrid en 1952.
[4] Biblioteca de Cultura Peruana, Los místicos De Hojeda a Valdés, compilación e introducción por Ventura García Calderón, Desclée de Brouwer, París 1938¸p.21
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[5] Ibid. p. 29